Día Internacional de la Danza
PARA RECORDAR A JEAN GEORGES NOVERRE
Instituido desde 1982 por el Consejo Internacional de la Danza, de UNESCO, el 29 de abril, bailarines, coreógrafos, críticos, investigadores, compañías y organizaciones relacionados con la danza, celebran este arte.
No es casual que ese mismo día, pero del año 1727, naciera en París Jean Georges Noverre: bailarín, coreógrafo, maestro de ballet y teorizador de la danza. Compuso más de 150 coreografías, que no se representan desde hace 200 años; no obstante, su nombre sigue siendo uno de los más significativos en la historia del ballet.
Noverre, fue un reformador radical, que rechazó el rol tradicional del ballet como diversión decorativa en las óperas; en cambio, percibió la posibilidad de representar en él acciones dramáticas, describir pasiones, narraciones lógicas como en las obras de teatro. La danza debería ser expresiva: danza de acción; más que técnica y virtuosa: danza de ejecución. Proclamó que Los coreógrafos deben revelar la naturalidad y conmover al espectador por medio de la pantomima, respaldada por el juego teatral.
Los estudios de danza de Noverre comenzaron con Marcel y Louis Dupré. Debutó en el Teatro de l‘Opera Comique de Paris en 1743. Allí estrenó en 1754 sus ballets: “Las Fiestas Chinas” y “La Fuente de Juvencia”. Al año siguiente viajó a Londres, por invitación del célebre actor David Garrick, maestro en el arte de la pantomima, para reponer Las “Fiestas Chinas” en el Teatro Drury Laine. Noverre regresó a Francia y por ese tiempo redactó en Lyon su famoso tratado “Cartas sobre la danza y sobre los ballets”, publicado en Stuttgart en 1760 que dedicó al duque Charles Eugène de Wurtemberg. Esa tesis acerca de la danza es, sin duda, una de las más influyentes jamás escritas.
En esa ciudad, con la protección de su mecenas el Sr. Duque, Noverre puso en práctica sus propias teorías sobre el ballet de acción. Allí creó algunas de sus más importantes obras, ocho en total. El “dios de la danza”, Gaetan Vestris, después de asistir a las representaciones, regresó a París proclamando el genio de Noverre. Dos poetas italianos, con los ojos bañados en lágrimas, dijeron de él: “actualmente, es usted el Shakespeare del arte del Ballet”.
De Stuttgart, Noverre se trasladó a Viena donde estrenó otros cincuenta ballets, en los teatros Burg y Karntntor. Milán sería el próximo destino; allí le esperaban feroces ataques del maestro de ballet y compositor italiano Gaspero Angiolini, que le acusó, en debate público, de plagiar sus ideas sobre el ballet de acción. En 1776, es llamado por su ex discípula y vieja amiga María Antonieta, reina de Francia, para asumir como Maestro de Ballet del Teatro de la Opera de París. Lo aguardaba un teatro convulsionado por intrigas, renuncias, huelgas y escándalos que se sucedían día a día. A pesar de todo, Noverre continuó trabajando. Creó “Las Naderías”, con música de Mozart, aunque sin el suceso que su nombramiento había suscitado. En realidad, el innovador llegaba demasiado tarde a un mundo donde su propia influencia lo había precedido. Finalmente, venganzas personales cayeron sobre él y fue destituido.
Poco tiempo después, se instaló en Londres rodeado por la admiración que su genio merecía. El príncipe de Gales asistió al estreno de “Renaud y Armide”; el éxito fue tal que, contrariando la costumbre inglesa, Noverre debió aparecer en escena para recibir las aclamaciones del público.
En términos generales, el tema no es demasiado complejo, pero tampoco simple. La danza es un arte de expresión, con la misión esencial de traducir por si misma ideas y emociones humanas; o por el contrario, un arte geométrico, un juego de formas libres, que no busca contar una acción, ni experimentar sentimientos, sino: llegar a la belleza de gestos y actitudes, por el virtuosismo de los pasos, el encadenamiento de figuras, el eterno y pesado desafío del vuelo del cuerpo en el espacio, o el movimiento musical sosteniendo y exaltando figuras construidas por volúmenes y curvas: sin necesidad de crear en el espectador sentimientos de alegría o tristeza. Fue necesario anexar la danza a la pantomima; o, tal vez, dejarla librada al placer de la vista, haciendo de ella un arte del movimiento, un lenguaje de formas y símbolos.
El espectáculo danzado oscilará eternamente entre esas dos concepciones, tironeando hacia un lado u otro según las tendencias o las modas del momento. En la historia del ballet, Noverre representa la invasión de la sensibilidad dependiendo de los elementos racionales de la danza pura. Las expresiones de su pluma abundan en la definición del ballet de acción, tal cual él pretendió realizarlo.
Son significativas sus opiniones en cuanto a los convencionalismos de la época. Con respecto al vestuario opinaba: “el oropel brilla por doquier, ya se trate de mendigos o de reyes, se visten de plata y oro, y el público aplaude satisfecho… ya me tienen harto esos toneles rígidos… si de mí dependiera suprimiría las tres cuartas partes de esos miriñaques ridículos que llevan nuestras bailarinas. La música sigue siendo la del siglo de Luis XIV, ceremoniosa y lenta… apenas se le permite a un maestro de baile cambiar el movimiento de un aire antiguo”. Como se ve, la integración no reinaba en absoluto entre los elementos del ballet. “El poeta está convencido de que su arte le pone por encima del músico; éste se diría que teme perder prerrogativas si consulta al maestro de ballet. El coreógrafo no pide opinión al dibujante. El pintor decorador no habla más que a los pintores subalternos y el maquinista a menudo menospreciado por el pintor manda soberanamente a los tramoyistas del teatro. Dibujantes, compositores y coreógrafos, todos ellos se someten a las órdenes de las divas. El dibujante suele sacrificar los trajes de un pueblo antiguo, al capricho de una bailarina. Buena parte de los compositores siguen las viejas formas de la ópera; componen pasacalles, porque tal bailarina los corretea con elegancia, o porque se los bailan con gracia y voluptuosidad. Los pasacalles y los minués me aburren a morir”. Noverre rechaza las máscaras: ”disimulan los estados del alma”. En cuanto al bailarín, declaraba: “debe poseer cultura general amplia, incluyendo el estudio de la poesía, la historia, la pintura, la música y la anatomía”.
Con esas teorías, Noverre anunciaba “La Sylphide” o “Giselle”, obras maestras del ballet romántico que nunca llegó a apreciar y, porque no decirlo, también el clasicismo de Marius Petipa. Por otra parte, esas propuestas aventuradas del ballet de acción fueron aceptadas de manera loable por los coreógrafos Mikhail Fokine, pionero del ballet moderno en el Siglo XX, y Kurt Jooss, uno de los paladines de la actual danza contemporánea.
El último ballet que compuso fue “El matrimonio de Pelas y Tetis”, creado especialmente para las bodas de los príncipes de Gales en 1895. Después, Jean Georges Noverre pasó a un honroso retiro en Saint Germain en Laye, donde falleció el 19 de octubre de de 1810.